Inteligencia artificial con sabor a aceite de oliva
Innovación y adaptación ante la incertidumbre: el futuro del sector oleícola
En un año en el que el consumo de aceite de oliva en España ha descendido un 20% y el precio se ha disparado de media en un 73 % en solo 12 meses según un reciente estudio de FACUA, el sector del olivar mira con escepticismo el futuro. Son ya dos campañas consecutivas las que han visto como las adversidades climáticas han mermado enormemente las cosechas, con bajos rendimientos debido a los efectos de la sequía y las elevadas temperaturas sobre la floración, cuajado y engorde de frutos. En España se produjeron 664 mil toneladas de aceite de oliva en la campaña 2022/23, y se espera alcanzar las 765 mil toneladas para la campaña actual. Ambas campañas juntas no alcanzan la producción de la campaña anterior, la 2021/22 que se saldó con 1.493 mil toneladas, y quedan muy lejos de la media de los últimos 5 años situada en 1.413 mil toneladas y del récord de 2018/19, con 1.793,5 mil toneladas. Fuera de España las cosas no han sido muy diferentes, y aunque la oferta europea en su conjunto se ha mantenido, a nivel mundial la producción ha caído un 6,2%.
Esta vez el mercado ha compensado con el precio la falta de cosecha. Ciertamente, a niveles difícilmente imaginables hace diez años, cuando con una producción de 1.765,2 mil toneladas, el precio del aceite de oliva virgen rondaba los 2,9 euros/kg. Según los últimos datos del sistema Poolred el precio en origen del aceite de oliva virgen fue de 7,974 euros/kg a mediados de marzo de 2024, que parece que tiende a estabilizarse e incluso a cotizar a la baja en un horizonte no muy lejano.
Sin embargo, y a pesar de este clima de gran incertidumbre en el sector, la superficie de olivar en España, y en el mundo, no para de crecer. Según los datos provisionales de la Encuesta sobre superficies y rendimientos de Cultivos del MAPA, España cuenta ya con 2.788.083 de hectáreas de olivar, un 11,2 % más que hace diez años. De ellas, el 68% se destina a aceite y el resto a aceituna de mesa o doble aptitud. Además, se ha incrementado la superficie de riego, que ya supone un 32% del total de la superficie de olivar, cuatro puntos y 135.000 hectáreas más que en 2013.
A nivel mundial, según datos del Consejo Oleícola Mundial, existen ya 11,6 millones de hectáreas de olivar repartidas en 66 países, que produjeron 3.329 mil toneladas en la campaña 2021/22. El olivar de alta densidad y en seto va ganando terreno, con una presencia del 9,5% sobre el total de la superficie española, frente al mayoritario 67,3% de olivar tradicional.
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La mala noticia es la caída del consumo y, sobre todo, el cambio de percepción de los consumidores sobre un producto tradicional de la dieta mediterránea que hasta hace poco era considerado en un comodity y hoy en día es visto casi como un artículo de lujo. Como en cualquier otro mercado, solo si la oferta se ajusta con la demanda, la producción y el precio gozarán de estabilidad y huirán de las tensiones vividas este último año. De ello dependen más de 350.000 agricultores y 15.000 puestos de trabajo en la industria del olivar en España, que no solo cuenta con un tejido de 13.900 almazaras, 254 orujeras, 83 refinerías y 2.693 entamadoras, sino que es pieza clave para a la vertebración social de los territorios rurales y uno de los principales responsables de la fijación de población en ellos. El impacto económico del olivar sobre la economía española queda patente en el valor de las exportaciones de sus aceites a más de 150 países, que ascendieron a 4.215 millones de euros en la campaña 2022/23, convirtiéndolo en el tercer producto agroalimentario más exportado por el país.
De cara al futuro: cinco grandes transiciones
El potencial del olivar y su importancia económica y social es indiscutible. Sin duda, el sector no ha tocado techo, pero los retos son importantes. Pareciera que los grandes avances que han provocado el mayor progreso de la civilización a lo largo de su historia están hoy cuestionados y existe un importante consenso mundial sobre la necesidad de deshacer parte de los grandes pasos que se habían dado. Las fuentes energéticas derivadas del petróleo se agotan y ponen en riesgo al planeta; la globalización resta soberanía, sobre todo energética y alimentaria incrementándose las desigualdades norte-sur.
Mientras, los países “avanzados” desperdician un 17% de lo que producen y la sobreexplotación de los recursos naturales hace insostenible los sistemas de producción comprometiendo su futuro; la intensificación de la maquinaria, la industrialización o el uso excesivo de los productos químicos degradan el suelo; los ajustados márgenes de los productores atrapados en una economía de escala dependiente de un mercado global de materias primas y distribución de productos pone en riesgo muchas explotaciones actuales, sobre todo aquellos olivares tradicionales no mecanizables, que siguen siendo mayoría en España.
Y todo ello, como se ha comprobado en estas dos últimas campañas, en un escenario de cambios acelerados del clima que históricamente ha provocado una gran incertidumbre en los procesos de producción olivícola, muy dependiente de los factores ambientales que la condicionan, pero sobre la que no puede actuar directamente.
Frente a estos desafíos, la respuesta tiene que venir de la mano de la adaptación y la innovación. El sector del olivar ha sido siempre tremendamente innovador. ¿Quién iba a pensar hace setenta años cuando se recogía la aceituna en el suelo tras varearla manualmente que las actuales plantaciones en seto con nuevas variedades muy tecnificadas serían recolectadas con máquinas cabalgantes que podrían hacerlo mediante autoguiado sin conductor? Según el Índice Mundial de Innovación de 2023 publicado por la OMPI, España ocupa el puesto 29 en la clasificación mundial de la innovación y el 25 en producción científica global. Sin embargo, España lidera el ranking mundial de producción científica en olivar según la base de datos Web Of Science (WOS), la más prestigiosa en el ámbito científico.
El sector del olivar tiene capacidad para afrontar la situación actual, para superar este clima de incertidumbre sobre el futuro que pasa por abordar 5 grandes transiciones:
Una “transición verde”
Apostando por la descarbonización y la utilización inteligente de energías limpias y renovables, cuidando los suelos a la vez que se favorece la infiltración y la retención del agua con el uso de cubiertas vegetales. La producción de un litro de aceite de oliva fijaría entre 3,64 y 10,60 kg CO2E a lo largo de toda la cadena de valor según recientes estudios de AEMO, y el futuro mercado de carbono, hoy voluntario, ofrece una oportunidad única al sector.
Una “transición biotecnológica”
Adaptando variedades a la mecanización y a las condiciones ambientales y fitosanitarias y nutricionales cambiantes para producir más con menos en un entorno físico de geometría variable, potenciando la implantación de técnicas de producción más sostenibles como la agricultura integrada, biológica, orgánica o de conservación.
Una “transición económica”
Hacia una economía circular en el sector en sentido amplio, dando una segunda vida a todos los subproductos y utilizando de manera integral los recursos de origen biológico para poner en el mercado nuevos biomateriales y bioenergía. La apuesta por la diferenciación y la calidad puede ser el salvavidas de los olivares menos productivos.
Una “transición sociocultural”
En un nuevo escenario geopolítico, que requiere de la colaboración entre todos los que forman parte de la cadena de valor compartiendo productos y datos para satisfacer las demandas de los consumidores y de la sociedad mediante alianzas y acuerdos entre los agentes del sector y con el resto del ecosistema alimentario (administraciones, universidades, centros de investigación, empresas tecnológicas, sector financiero…).
Una “transición digital”
Basada en buenos datos, aprovechando la inteligencia artificial y las herramientas digitales para optimizar el uso de los recursos y el control de los procesos de producción, transformación y distribución de los productos del olivar desde el campo hasta la mesa para más de 9.700 millones de personas en 2050 según estimaciones de Naciones Unidas en un sector oleícola que está todavía muy lejos de su techo de ventas en el mercado global.
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Y esta, la transición digital, es la que habiendo apenas nacido traerá los mayores cambios en los próximos años. No se trata de convertir los trazos del papel en ceros y unos dentro de una fría máquina, se trata de convertir los datos en recomendaciones para tomar mejores decisiones y desarrollar capacidades predictivas.
Y en esta revolución, una vieja conocida como la Inteligencia Artificial ha entrado en nuestras vidas de una forma arrolladora en el último año gracias a ChatGPT, anticipando no ya una revolución sino una explosión imparable de posibilidades en el aprovechamiento de los datos que cambiará la forma de producir, consumir y relacionarnos.
Por eso es importante contar con datos provenientes de sensores próximos o remotos, que puedan almacenarse en nubes de alta capacidad gracias a redes de última generación y computarse en sistemas ciberfísicos cada vez más exigentes que requerirán de la incipiente computación cuántica para explorar los millones de combinaciones posibles capaces de arrojar soluciones útiles para personas y empresas. BigData, CloudComputing, IoT, Sensors, Satellites, DataSpaces, …
El impacto a corto plazo de la Inteligencia Artificial será 40 o 50 veces superior a la revolución industrial y sus resultados se verán a muy corto plazo. Pronto, términos como algoritmos, modelos predictivos, espacios de datos, asistentes virtuales o gemelos digitales serán tan cotidianos como hoy lo es ChatGPT, el producto más popular de la Inteligencia Artificial generativa. Este nuevo escenario exigirá generosidad y confianza para adaptarse al cambio, un esfuerzo importantísimo del sistema educativo para responder con celeridad a las demandas de los nuevos empleos que se crearán y un apoyo de las administraciones y los centros de conocimiento para ayudar al sector a adaptarse a las nuevas realidades sin que se resientan en su quehacer y su calidad de vida y para que nadie quede fuera.
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El impacto a corto plazo de la Inteligencia Artificial será 40 o 50 veces superior a la revolución industrial y sus resultados se verán a muy corto plazo. Pronto, términos como algoritmos, modelos predictivos, espacios de datos, asistentes virtuales o gemelos digitales serán tan cotidianos como hoy lo es ChatGPT, el producto más popular de la Inteligencia Artificial generativa.
Este cambio exigirá confianza, educación y apoyo gubernamental para ayudar al sector a adaptarse sin afectar los medios de vida.
Como cualquier novedad de consecuencias aún desconocidas, la Inteligencia Artificial también presenta algunas restricciones y riesgos, como los que afectan a los derechos de los consumidores y su privacidad; la seguridad frente a equipos o decisiones autónomas; la pérdida de dignidad humana frente a decisiones no supervisadas basadas en sistemas de puntuación social; el deterioro de los valores democráticos por culpa de falsificaciones profundas difíciles de detectar o la conculcación de derechos humanos debido a una vigilancia masiva justificada, curiosamente, en garantizar nuestros derechos.
A pesar de todo, el mayor error será no hacer nada. La decisión que habrá que tomar es cuándo y cómo, porque lo que no se mide no existe y lo que no existe no se puede mejorar. Los productores podrían empezar por algo pequeño, asumible, comprensible y con retornos rápidos. El resto de la cadena debería aprovechar la oportunidad para adoptar soluciones digitales ahora, que es más rápida y barata que cuando empezó a implantarse, y adaptarse aprovechando la experiencia de los que empezaron antes.
Con todo, el objetivo para el sector oleícola seguirá siendo el mismo, producir las mejores aceitunas y los mejores aceites del mundo, aunque vengan con cierto gusto a Inteligencia Artificial.
en el mundo virtual, claro.